martes, 28 de diciembre de 2010

NECESITAMOS PLAYAS



hombres largos
crecidos bañados en las aguas
del Mediterráneo...

necesitamos playas

con olas de seis pies de alto,
para poder recordar
como era el mar con ocho años.




Inspirado en una estupenda película de Mariano Llinás, Balnearios. Aquí abajo, un fragmento del primer episodio, sin duda el más bonito, aunque el poema está inspirado en el segundo:








jueves, 23 de diciembre de 2010

El árbol de las naranjas



Frigonia era un lejano país donde hacía mucho frío. Hacía tanto frío que los frutales se daban muy mal y no era fácil encontrar fruta fresca en los mercados. Así, aunque toda la población podía acceder a una porción suficiente para vivir, comer naranjas era un pequeño lujo, un capricho.

Sucedió que nació y creció un naranjo en medio de un prado. Ni muy alto, ni muy bajo. Ni muy fuerte, ni muy enclenque era. Y sus frutos, las naranjas, no eran ni las mejores ni las peores. Ni las más grandes, ni las más pequeñas. Algunas estaban verdes y otras maduras. Vamos, que parecía muy normal, peor que muchos otros.

Pero este naranjo tenía algo especial, pues era mágico. Daba naranjas durante todo el año y cada vez que alguien arrancaba un fruto, inmediatamente crecía otro exactamente igual.

Cuando los habitantes de una ciudad cercana se enteraron de este hecho acudieron en marbunta al campo y cogieron naranjas sin parar. Recolectaron muchas más de las que podían comer y muchas se pudrieron en las neveras. Pero no importaba, porque el naranjo seguía copado de sus frutos.

Corrió el rumor por todo el país y mucha mucha gente acudió al campo para así llenar sus maleteros. Cogían las naranjas a puñados, con idea de merendar o de hacer mermeladas y conservas, algunos por pura avaricia. Pero había tantas naranjas a su disposición, que los más creativos inventaron nuevas recetas, nuevos postres. Inventaron jarabes, tintes, abonos con las cáscaras. Un científico incluso estaba en el camino de crear un aceite que pudiera sustituir la gasolina.

Una vez llegados a este punto los agricultores de la naranja en Frigonia se pusieron muy nerviosos. Muchos, que eran muy ricos, pero también los más pobres, notaban disminuir dramáticamente sus ingresos. Y la verdad es que a una buena parte les costaba llegar a fin de mes. Entonces se pusieron de acuerdo. Acudieron con el puño en alto a defender sus intereses, su forma de vida, la que les enseñaron sus padres. Y una vez frente al árbol le intentaron despojar de todos sus frutos. Fue en vano, cada naranja que arrancaban, nacía de nuevo y crecía igual en un instante. Se enfadaron muchísimo. El árbol les estaba tomando el pelo. A ellos. A ellos que lo sabían todo sobre las naranjas: cuando hay que plantar, cuando hay que recoger, qué varidades son más dulces... Y con sus hachas intentaron talar el tronco.

Las gentes de los alrededores clamaban por el árbol. Dejadlo, dejadlo, es un bien para el pueblo, dijo una. Ya nunca nos faltan vitaminas. Mis hijos están sanos, dijo otro. Muchos ciudadanos del resto del país mandaron cartas al rey: proteged nuestro árbol mágico alteza, es de un valor incalculable.

Mas no hizo falta. Tras cada hachazo el naranjo sanaba su herida, tras cada empujón volvía a su posición vertical. No ardía. Patadas y palos no podían dañarlo. Era un árbol mágico.

Los agricultores volvieron abatidos a sus casas. Muchos lloraban de impotencia, otros de rabia. Pero algunos decidieron no llorar. Y estos, cada uno por su lado, marcharon decididos a cumplir con su tarea. Aquel que tenía naranjos de mayor calidad que el mágico decidió aumentar aún más la calidad para ofrecer un producto superior. Aquel que tenía un camión pensó en recolectar hasta llenarlo y viajar al norte del país para vender las frutas allí. Tres amigos montaron una cooperativa para comercializar productos derivados de esas naranjas. Otro...

Y como ya todo el país estaba acostumbrado a comer naranjas y a estar tan sanos, muchos estuvieron dispuestos a pagar por las naranjas de mejor calidad, por productos derivados, por la recolección, la selección y el transporte, por clases de cocina con naranja... Se creó un circo de malabares con naranjas, la fiesta de la naranjina, basada en tirarse naranjas, aumentó la técnica de los jugadores de fútbol, la puntería de los niños, el país entero cambió para mejor.

Un día, cuando se cumplieron diez años del descubrimiento del naranjo, el rey, ya viejo, decidió que sería bueno y justo ponerle un nombre al árbol mágico. Hizo un concurso popular para elegir el más acertado y realmente la gente participó. Sonaban muchos nombres, como por ejemplo Narángico, El árbol del Saber, o de la Abundancia, o el de la Imaginación... Pero uno gustó especialmente, pues significaba un poco lo que había sucedido en Frigonia desde que se conoció la existencia del árbol: su red de habitantes se había unido por el bien común. Así que, por petición mayoritaria del pueblo y desde aquel entonces, al naranjo mágico se le llamó Internet.







EDITO: he encontrado en la red un vídeo bastante bastante relacionado (y divertido!!). Ahí lo tenéis:
























martes, 21 de diciembre de 2010

Viudanegra



Viudanegra tú que tejes
de telarañas tu pelo
para llevarle hasta el cielo
cuando miras entre sienes.


La presa de amor no es cauta,
cede al amo (ama) y quiere
y ama y no ve, sueña y muere,
le baila con llanto el agua.





jueves, 9 de diciembre de 2010

Viceversa (Benedetti cover)

Tengo miedo de verte
necesidad de verte
esperanza de verte
...desazones de verte


tengo ganas de hallarte
preocupación de hallarte
certidumbre de hallarte
vacilación de hallarte


tengo urgencia de oírte
alegría de oírte
buena suerte de oírte
temores de escucharte


o sea, que resumiendo,
estoy jodido y radiante
quizá más lo primero
y también viceversa.


Versión del conocido poema de Benedetti. Los cambios son mínimos, pero ahora me parece más musical. Puede ser osado decir esto de una obra de tan grande maestro, pero soy sincero. Por supuesto, todo el mundo es libre de opinar lo contrario. Y viceversa.