Esto era un verano y era un bosque. Un bosque como cualquier otro. En España. Y en verano. Así que hacía mucho calor.
Cigarro era un fiestas. Lo habitual cada tarde era verlo, más bien escucharlo, cantando por cada esquina, con un quinto de cerveza al que no le daba tiempo a calentarse. Le gustaba bromear y vacilar al personal con cualquier tontería, generalmente sin más gracia que la de no tomarse nada en serio. Cigarro no dejaba a nadie indiferente: los que pasaban a su lado o bien entraban en su juego aprobando con una sonrisa, o bien apresuraban el paso, quizá murmurándole por lo bajini al hijo, mira qué mal ejemplo y cómo sachaoperdé.
Hormigajas era de estos últimos. Bien parecido y recto y pulcro, su lema -tenía lema- era: mejor no dejar para hoy lo se pudo hacer en la víspera. Sí, sí, tenía lema. Y lo cumplía, el noventaisiete por ciento de las veces. Un día se permitió comer pastel en vez de respetar la dieta, porque, qué diantres, sólo una vez en la vida se casa la hija. En fin, Hormigajas tenía la tez blancogrisácea de tanto estrés y tan poco sol; entraba bien pronto a la oficina y salía bien tarde. Por unas migajas, decía la mujer cuando arribaba a casa y ya estaba la luna en lo alto. Por favor, no empecemos, he tenido un mal día. Y la otra, como siempre, me tienes frita con tus malos días, y yo qué, yo no tengo malos días o qué. Y así llegaban a la cúspide de la jornada, cenarían con la tele, con un programa que no gustara a ninguno pero tampoco molestase. Y a dormir.
Esta jornada ha sido especialmente larga para Hormigajas, no sólo ha sido el día más cálido del verano sino que se ha encontrado con las situaciones más cansinas para un trabajador de cuello blanco. Empezó con entrantes de jefe que no se aclara y ordena sin ton ni son, seguido de marrón a las finas hierbas, dribling del compañero a última hora, para continuar con atasco infinito de vuelta y reventón sin rueda de repuesto. Y para terminar, postre de ay, pinchazo en la lumbar. Si es que no te cuidas na.
A todo esto ya son casi las doce y tras aparcar cuatro o cinco calles más allá de casa, Hormigajas enfrenta el camino rumbo al hogar. Como es costumbre, se cruza con Cigarro, que siempre anda por la calle con la guitarra y un botellín de cerveza al que no le da tiempo a calentarse. Hormigajas, grita, dame un cigar y vente a cantar, que se nota que te hace falta.
Uy.
Lo que le faltaba a Hormigajas.
Se le arrejuntan las borrascas encima a nuestro pobre amigo, avecinando tormenta de rayos. Pero na, pa qué, no merece la pena perder el tiempo con un ser tan, tan, tan.
Aún no ha decidido qué tanto es, pero le espeta un ni lo sueñes, tunante. Ni un cigarro ni nada, que mucho me cuesta ganarlos. Y ya que estamos, bien te convendría trabajar un poquito, que el winter is coming, y vas a ver, porque el que guarda siempre tiene, pero también viceversa.
Sin sermones, porfaplis, dice Cigarro mientras levanta la mano y aleja la cabeza, así como mandándole a tomar vientos o casi. Qué buena falta te hace un polvo, añade. Degenerado, obsceno. Mira cómo se pone porque le pido un cigar. Me pongo así porque me da la gana y me tienes harto de tanto, de tanto, de tanto. Creo que no sabía ni de qué le tenía tan harto, pero la espuma salía de su boca y algo cercano al odio, o no sé si superioridad, eran los rayos de su mirada. Que no me vas a amargar, Hormigajas, ¿no me quieres dar el cigar? Pues no pasa na, ya fumo más tarde, o lo dejo, que me viene bien pa los pulmones, o me hago asceta y ayuno hasta el jueves. La siguiente canción va por ti. Y no se le ocurre cantar otra que la del probe Migué, que algo le pasa y no sale y a la mitad la mezcla con otra, creo que es esa de vivir cien años de Sabina y luego, cuando se olvida la letra, mete un laralá. ¿O era de la primera canción?
Pasan los días y la cosa cambia poco, sólo que cada vez anda más seca la tierra, no ha llovido ni una pizca. Hormigajas va de la casa al curro y del curro a la casa sin más aliciente que regodearse en el futuro, que se imagina blancoblanco y gélido, con mantita en el sofá, y viendo una reposición de Farmacia de guardia. Cigarro, es otro que tal baila. Si cae algo de vino hoy, pues pal buche. Si no, pues sed o ya veremos. Eso sí, que no decaiga la alegría y el ruido barra música que se le ocurre a cada rato. ¡Ele, ele!
Ya es casi veinte de septiembre, de hecho es diecinueve de septiembre, y Cigarro consigue un casi cigarro juntando varias colillas que hay esparcidas alrededor de un banco. La muchachada, que anduvo por aquí, y entre pipas y pitis y cervezas, cómo se lo pasan. Se lo fuma muy despacio. Tanto, que ha de encenderlo varias veces. Está cansado de cantar y ser feliz. Ya me dirás tú que no es agotador estar alegre todo el tiempo. Y cantar. Improvisar letras y acordes, responder chanzas como puñales o lanzar piropos que hagan lagos es arduo y casi un trabajo, porque es fácil ser feliz cuando se es feliz, pero a todas horas es muy complicado. Y Cigarro lo consigue. Más o menos.
Pues eso, que Cigarro se ha permitido un ratito de relax, para relajarse de tanta relajación, y antes de tirar el cigar, le da una profunda calada. De esas que anegan los pulmones y se escapan despacito los jirones de humo blanco por las comisuras del labio. Así dio la calada, como sintiéndolo mucho. Luego tiró los restos del casicigarro, con su lumbre aún roja y naranja, por lo aires, sin reparar mucho hacia adónde. O sobre qué.
Quiso la suerte que cayera en la hojarasca, y le dio por prender. El fuego se extendió a toda mecha por el manto reseco, por las ramas secas del suelo, e incluso por las agostadas ramas de los árboles anejos. Prendió las plumas de un pardal, que estaba despistado contando musarañas, y al escapar volando, extendió el fuego a otros setos y pinos.
Ay, las llamas devoran el campo amarilo y ocre y lo vuelven luz duran un instante, y luego humo, y finalmente lo abandonan, ceniciento y hecho polvo.
La he liao parda, llega a decir Cigarro. Y ese se convierte en su epitafio.
Van cayendo animalitos, presas del calor y el sofoco. Pardaos despistados, sibilinas culebras, tenaces tortugas, cienpieses marchosos, atolondradas alondras, murciélagos audaces… Nadie puede escapar, porque este incendio es como una avalancha de lumbre y llama, un tsunami de brasas y calor.
Avanza el incendio y uno de sus frentes llega a la oficina de Hormigajas. Los animales gritan despavoridos, con los brazos en alto unos corren en círculos, otros blasfeman. Hormigajas, mira impávido por la ventana. No, joder, se dice, aún tiene que llegar el invierno, están a punto punto de llegar las lluvias, están aquí, las huelo, llegarán. Fuego, espera a que vengan los vientos del norte, que barren hacia el río y no hacia aquí adentro. Espera. Espera. Aún no, se dice, que tengo la despensa llena.
- FIN -