El día más inverosímil, el pegaso levantó el vuelo para evitar la envestida del violento unicornio. Mirándole fijamente a los ojos mientras el salto, veía la rabia -alguno diría que era miedo- en sus grandes pupilas dilatadas, inyectadas de sangre.
El pegaso cabalgó las nubes, pesaroso. Miraba en su marcha al ya pequeño unicornio, ya diminuto, resignándose, pensando en el pasado..
-Pegaso, estoy hecho polvo.
-¿Que te parece si te hago un masaje con mis alas?
-¡Genial! Y tú, ¿quieres algo?
-Pues ahora que lo dices.
-¿Sí?- cómplice.
-Pensaba en la unicidad de tu cuerno.
-¿Sí?- suspicaz.
-Me gustaría probar su magia.
Ahí es cuando el unicornio relinchó y cuando cargó.
-¡Estrechaaaaaaaaaaa!
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