viernes, 16 de agosto de 2013

Los límites


Verónica siente como sus límites se funden. De adentro a afuera sus huesos, sus vasos, músculos, su piel, se despegan y desgranan en finísimas partículas. Se desintegra. O se integra en el aire circundante, pues penetra en ella -si es que aún tiene sentido hablar de ella-. A cada latido de su corazón las vibraciones provocan estertores con pérdida masiva de materia. Con cada respiración -ha respirado al menos cuatro veces- disgrega la solidez de su interior. Pero es incapaz de expulsar el aire. No puede gritar para pedir ayuda, al menos para desahogarse, pues no sólo desaparece, sino que es consciente de su  impotencia.

Para Verónica los límites de las cosas no tienen ya sentido. Cerca de su mitad forma ya parte del aire.

Oxígeno, nitrógeno y argón.

Y Verónica.

Su cabeza, intacta, comienza a disgregarse. Las sensaciones y los pensamientos se difuminan a medida que el cráneo y cuero y meninge y sustancia gris se evapora. Apenas ya es nada.

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Nestor apaga el ventilador. Mira a su chica, plácidamente dormida, no quiere que se enfríe. Pero Verónica cambia el semblante y muestra inquietud, se muestra trémula. 

Nestor la despierta, parece un mal sueño y no quiere que sufra la pesadilla. No, ni aún dormida.

Verónica despierta confusa. Y balbucea. Emite sonidos sin sentido. Nestor se alarma. Coge el teléfono.

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-Ha sufrido una trombosis en el hemisferio izquierdo del cerebro. Ahora está bien, estable.

-¿Tendrá secuelas?

-Es pronto para evaluar el daño. Las próximas horas serán cruciales.

-¿Podemos verla?

-Aún no. Está sedada y debe descansar.
 Eras Nestor, ¿verdad?

-Sí.

-Le has salvado la vida, Nestor.


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